martes, 8 de julio de 2008

Arturo Jauretche: los recuerdos de infancia en el cenit del proceso de peronización de las clases medias articulado a partir del revisionismo históric


Arturo Jauretche: los recuerdos de infancia en el cenit del proceso de peronización de las clases medias articulado a partir del revisionismo histórico.

Por /Fernando Cesaretti y Florencia Pagni [1]
Obra.
A lo largo de 1972 Arturo Jauretche se aboca a la preparación de sus memorias. El primer (y finalmente único) tomo es publicado por la Editorial Peña Lillo en Diciembre de ese año, tirándose una segunda edición en Junio de 1973[2]. Titulado De Memorias. Pantalones cortos, no es el primer libro de Jauretche. Por el contrario, es la culminación de una obra que registra en orden cronológico los siguientes títulos: 1934: El Paso de los Libres. Edición prologada por Jorge Luis Borges. Una segunda edición en 1960 llevará el prólogo de Jorge Abelardo Ramos. 1956: El Plan Prebisch: retorno al coloniaje. 1957: Los profetas del Odio y la Yapa. 1958: Ejército y Política. 1959: Política Nacional y Revisionismo Histórico. 1960: Prosas de Hacha y Tiza. 1962: Forja y la Década Infame. 1964: Filo, Contrafilo y Punta. 1966: El Medio Pelo en la Sociedad Argentina. 1968: Manual de Zonceras Argentinas. 1969: Mano a Mano entre Nosotros.

Y vida. A estos títulos se le suman innumerables artículos periodísticos y colaboraciones de distinto tipo a lo largo de varias décadas de activa militancia como ensayista, escritor y político. Una larga vida que comienza el 13 de Noviembre de 1901 en Lincoln, en el noroeste bonaerense. En 1920 se instala definitivamente en la ciudad de Buenos Aires. Militante conservador por tradición familiar en su juventud, su maduración intelectual lo lleva progresivamente a enrolarse en el radicalismo. Ya decidido yrigoyenista, Juaretche ocupará algunos cargos partidarios en el segundo gobierno de Yrigoyen, y caído este, combatirá decididamente al régimen triunfante. En 1933 participa en Corrientes en el levantamiento radical de los coroneles Bosch y Pomar contra el gobierno de Justo. Vencido el alzamiento, Jauretche es detenido. En prisión escribe sobre estos episodios. Lo hace en forma de poema gauchesco. Titulado “El Paso de los Libres” será prologado por Jorge Luis Borges, algo que se torna cuasi increíble en retrospectiva, dado los caminos divergentes que siguieron ambos personajes. A su vez sus graves divergencias con el sector alvearista que conduce el radicalismo hacen crisis en 1935. Frente al levantamiento de la abstención electoral por el Comité Nacional de la UCR , Jauretche junto a, entre otros, Gabriel del Mazo, Homero Manzi, Luis Dellepiane y Raúl Scalabrini Ortiz, fundan FORJA: Fuerza de Orientación Radical de la Nueva Argentina. Esta agrupación tendrá gran influencia en los sectores del nacionalismo democrático. Su posición neutralista durante la Guerra , llevará a Jauretche a apartarse del radicalismo definitivamente y adherir críticamente al emergente peronismo. Cercano a los lineamientos del equipo económico liderado por Miguel Miranda, y con el apoyo del gobernador bonaerense Domingo Mercante, Jauretche será Presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires desde 1946 hasta 1951. La caída en desgracia de sus mentores, lo llevan al ostracismo. Pese a esto se mantiene fiel al peronismo y al producirse el golpe de 1955, Jauretche abandona su silencio y retorna a la lucha política “en defensa de los diez años de gobierno popular” Nace entonces un nuevo Jauretche. Mientras la mayor parte de los jerarcas del régimen depuesto se desbandan, desertan cobardemente o cambian de camiseta, Jauretche, que había estado ausente de las responsabilidades del gobierno en los últimos años y por lo tanto no es perseguido ni procesado, abandona la comodidad de esta posición y se lanza al combate, convencido según sus propias palabras “que el ataque a los caídos era sólo el pretexto para un ataque más profundo, dirigido al pensamiento que servía de base a la Revolución Nacional ”. El periódico El Líder, el semanario El 45 y la publicación a principios de 1956 de El Plan Prebisch: retorno al coloniaje, marcan los primeros jalones de esa lucha Perseguido, se exilia en Montevideo. En 1957 publica allí Los profetas del Odio[3]. Escrito con tono y espíritu panfletario, a través de sus páginas Jauretche polemiza en tono amable con Ernesto Sábato y ataca a Ezequiel Martínez Estrada, refutando las argumentaciones claramente discriminatorias y hasta racistas del “radiógrafo de la pampa[4]” sobre la clase obrera peronista. Jauretche ve estas argumentaciones como expresión del prejuicio de la clase media. Sector particularmente irritado con el peronismo en tanto este –entendía- había logrado a través de la industrialización, la independencia económica y la prosperidad de los trabajadores. Esta prosperidad ciertamente no había irritado “a los de muy arriba, porque el empresario sabe que esa prosperidad general es condición necesaria de las buenas ventas, es mercado comprador para sus productos.” La irritación se había dado, y profundamente, en los sectores intermedios para los que los cambios producidos por el peronismo actuaron como un revulsivo, el mundo de “los pequeños propietarios y rentistas, los funcionarios, los profesionales, los educadores, los intelectuales, los políticos de segundo y tercer orden, elementos activos o parasitarios de esa sociedad”. Sectores donde los prejuicios de clase se habían impuesto a los intereses de clase “pues si hay un sector destinado a beneficiarse de la grandeza nacional lograda por la liberación económica, es este intermedio…” Sin embargo para Jauretche no es este intermedio su enemigo. Propugna por un movimiento nacional en el que se integren los elementos de clase media y burguesía junto a los proletarios. Entiende que una política que aísle a los trabajadores de la clase media y de lo que entiende por burguesía nacional, perjudicaría de modo irremediable al movimiento nacional. El verdadero enemigo es aquel que rotula como intelligentsia, vasto contubernio político e intelectual caracterizado tanto por su cosmopolitismo como por su elitismo. Es en el campo universitario donde, desvirtuado el espíritu reformista, la intelligentsia hace estragos.[5] Lo esencial entonces de la lucha que emprende Jauretche en esos años pasa por terminar con el largo equívoco que ha llevado al divorcio entre doctores y pueblo, o dicho en otro términos, sumar al “campo nacional” a vastos sectores de la clase media, en especial el estudiantado universitario. Para ello utilizará la técnica maniquea de la complicidad. Crear el antagonista, en este caso la intelligentsia, para dar por sentado que su lector potencial, pese a hallarse en los difusos límites del campo en que su mueve aquella, pertenece sin embargo al otro lado, el “nacional”. Esa línea nacional excede para Jauretche los límites del peronismo. Es una causa que trasciende a hombres y partidos, a los que se puede adherir en tanto estos y aquellos sirvan como instrumento de esa causa. Esta postura explica en gran medida la esencia de la relación ambivalente que se da a lo largo de tres décadas entre Jauretche y Perón.[6]Así en el proceso electoral de 1958 se opone a las directivas de Perón que postulan el voto en blanco, abogando por sufragar a favor del frondizismo para impedir la continuidad de la Revolución Libertadora con el triunfo del radicalismo balbinista. En 1961 se postula como candidato a Senador por la Capital Federal , obteniendo una contundente derrota.[7] Después de esta desafortunada experiencia retorna al periodismo combativo. Publica en Democracia y en diarios y periódicos del interior. Y se van sumando nuevas obras. Forja y la Década Infame en 1962, Filo, Contrafilo y Punta en 1964. En 1965 colabora en periódicos de efímera vida: Marcha y Palabra Argentina. En 1966 en medio de los estertores agónicos del gobierno radical publica El Medio Pelo en la Sociedad Argentina que junto al Manual de Zonceras Argentinas de 1968, constituyen dos éxitos editoriales por su inmediata repercusión. Por entonces la paz de los cementerios propuesta como modelo social por el onganiato está a punto de estallar y Jauretche se suma a la CGT de los Argentinos, integrando la “Comisión de Afirmación Nacional” de esa central obrera. En ese 1969 publica una recopilación de distintas notas periodísticas que titula Mano a Mano entre Nosotros. Por esos años y cada vez más asiduamente, participa activamente de los debates de la época, siendo frecuentemente invitado a los programas de televisión, donde un Jauretche ya septuagenario, vestido anacrónicamente[8] no elude la polémica, enfrentando con estilo cáustico a la intelligentsia, y a sus representantes. Esta frontalidad le traerá problemas, al extremo que en Junio de 1971 llega a batirse a duelo con el general Oscar Colombo. El lance fue a pistola, y según testigos del mismo, ambos contendientes tiraron a matar, fallando ambos. Con menos dramatismo se enfrenta dialécticamente con otros personeros de esa intelligentsia, a algunos de los cuales considera meros “idiotas útiles”[9]. No rehuye tampoco asistir a mesas redondas y encuentro ante los más disímiles auditorios, con una variedad ideológica que va del nacionalismo al marxismo.
Revisionismo y Peronismo. La historia como arma de combate político. Esta polisemia de públicos no es extraña. Ex profeso no hemos citado por orden cronológico a una de las obras de Jauretche: Política Nacional y Revisionismo Histórico, que si bien escrita en 1959, sintetiza en su título un fenómeno que alcanza el cenit en 1973 durante la “primavera camporista”, cuando los historiadores revisionistas intentan ocupar las posiciones centrales en las instituciones académicas y el aparato burocrático oficial relacionado con la historia. Los finales de los años 60 y principios de los 70 fueron sin duda la época de oro del revisionismo (con un avance notable de la corriente nacionalista popular, acompañada por la ‘izquierda nacional’ y las vertientes más radicalizadas del peronismo). Por todo ello, no se puede comprender el debate historiográfico argentino sin entender en profundidad al revisionismo, más allá de la valoración que se tenga de esa producción. Este explicitó la “politización” de la visión dominante hasta ese momento de la historia argentina, y le opuso otra no menos “politizada” (con la diferencia que asumía esa politización de modo público), que en gran parte se plegó activamente (y contribuyó a producir) a la profunda radicalización política y cultural de esos años. Todo en un contexto social en el cual la historia del país era un campo del combate político más general. Es un largo proceso, pero que tiene un punto de inflexión a partir del golpe setembrino[10]. Antes del mismo, Perón, guiado por un criterio pragmático, prefirió no incorporar el debate sobre el pasado a los conflictos que atravesaban el presente de la sociedad argentina, por lo que eludía pronunciarse públicamente sobre la problemática planteada por el revisionismo.[11] Vasta el ejemplo de los ferrocarriles nacionalizados, cuya nueva nominatividad respondía a la visión tradicional. Esto cambia a partir de las “épicas lluvias borgeanas”. Si bien la tríada San Martín-Rosas-Perón ya había sido preconizada por autores revisionistas durante el gobierno de este último, será después de 1955 que a la línea Mayo-Caseros-Septiembre propuesta por la Revolución Libertadora , se le responderá con la mencionada tríada desde los más diversos círculos del peronismo, incluyendo al propio ex presidente, desde el exilio. Jauretche señalará cáusticamente al respecto: “ La Línea Mayo-Caseros ha sido el mejor instrumento para provocar las analogías que establecen entre el pasado y el presente la comprensión histórica…!Flor de revisionistas estos Libertadores! Para perjudicar a Perón lo identificaron con Rosas y Rosas salió beneficiado en la comprensión popular. Caseros se identificó con setiembre de 1955 y los vencedores con los gorilas…” Es entonces que el nacionalismo aristocrático pierde el peso que tuviera en las décadas del 30 y 40 como sustento ideológico del revisionismo, a favor de la tradición forjista y de nuevas corrientes provenientes de la izquierda. El revisionismo se despoja de sus elementos más reaccionarios y tradicionalistas, posibilitando la incorporación de estos nuevos sectores intelectuales. Así en los 60 y primeros 70 el revisionismo de izquierda ya será una forma muy difundida para pensar el presente del país desde el pasado y viceversa. El auge de masas de esos años será tributario en parte de la simbología federal y revisionista, interpretando la historia del país como un combate prolongado entre una elite extranjerizante y clases populares poseedoras de un verdadero sentimiento nacional, en un enfoque que combinaba el enfrentamiento “nación-imperialismo” con la visión de la lucha de clases. La “historia oficial” formaba parte, en el plano ideológico, del reiterado triunfo de la minoría pro-imperialista sobre las mayorías oprimidas. La imposición de otra visión de la historia sería parte insoslayable y necesaria del triunfo final del “pueblo” sobre la “oligarquía”. La iconografía de los caudillos, encabezada por el propio Rosas formaría parte de los símbolos de Montoneros y grupos afines (si bien historiadores ligados a esa tendencia o al peronismo de base, como Puiggrós y Ortega Peña tenían una visión más reticente de Rosas).[12] Con todo, muchos hombres de esta nueva tendencia no dejarán de sentirse identificados en cierta medida con el revisionismo anterior, en una ‘transversalidad’ izquierda-derecha, que se proyectaba, de modo reflejo, en un repudio a todos los no revisionistas (asimilados como “liberales”) hecha asimismo sin distinguir entre izquierdas y derechas. El propio J. W. Cooke, representante máximo del peronismo en trance de radicalización hacia la izquierda, no consiguió apartarse nunca por completo de la cosmovisión nacionalista-revisionista de la historia argentina. De todos modos hay fuertes polémicas, especialmente en torno a la figura del Restaurador. Para Juaretche, Rosas constituye “la síntesis posible” mientras que para los sectores de Izquierda Nacional[13] no es más que la versión conciliadora y pactista del Puerto, más favorable para el Interior que la política rivadaviana pero menos popular y nacional que la propuesta de los caudillos interiores. Resulta interesante el hecho que estos debates se dan con el objetivo de llegar a un destinatario amplio y preciso a la vez: la clase media. El fenómeno de ese sector social (especialmente los que han accedido a mayor nivel de instrucción) acometiendo la tarea de borrar el “pecado” de la generación anterior de haberse apartado del “pueblo”, pasa también por aceptar, con mayor o menor grado de sentido crítico, la iconografía revisionista.[14] Jauretche es a fines de los años 60 un mimado de ese público. Ya señalamos que El Medio Pelo en la Sociedad Argentina y Manual de Zonceras Argentinas, han constituido formidables éxitos editoriales. Ambos textos analizan a la clase media y a su vez tienen como destinatario a la misma. Jauretche juega entonces con una complicidad sobreentendida con su lector. Sabe que este teme al fantasma de ser en realidad parte de lo que Jauretche critica: esto es ser “una señora gorda”, un “señoro”, un idiota útil a la intelligentsia liberal, en definitiva. Una forma de apartar ese espectro, de sumarse al campo “nacional y popular”, es hace propia la crítica jauretcheana a esos estereotipos. En un sentido más amplio, aquí podemos hallar una de las claves del fenómeno de creciente peronización de los sectores medios. Es en este tiempo de compromiso y militancia de esos sectores medios, en que Jauretche escribe (con ellos como destinatarios) la primera parte de su autobiografía, donde los recuerdos de infancia le servirán como excusa para desarrollar un planteo del revisionismo: el cambio en la apreciación de los sujetos de la historia. De hijos de empleados y maestras.
Hacia 1972 el revisionismo (especialmente en su ala izquierda) ha terminado de elaborar ese cambio de apreciación. El pueblo anónimo, los “descamisados” eran reivindicados desde el fondo de nuestra trayectoria nacional como portadores de valores positivos, el hombre común era elevado a protagonista de la historia, una suerte de “héroe colectivo”. Seis décadas antes “el hijo de un empleado público y una maestra” está encontrando a tientas a ese protagonista, enmascarado en la alteridad a su persona y su medio. “Tuve -en mi primera infancia- una idea de los grupos sociales, que no es muy parecida a la que tengo ahora pues su signo fundamental no era el económico sino la “cultura”. No parecía que la riqueza o la pobreza fueran los cartabones. El mundo se dividía entre los paisanos y “los otros”; mis padres, mis hermanos y yo éramos de “los otros”. También lo era toda la gente importante del pueblo, y también muchos no importantes…” No lo eran ciertamente los boyeritos y los chiquilines de las orillas que abandonaban tempranamente las aulas para acompañar a sus padres a la “junta” del maíz. Ni los despojos de los veteranos de la Guerra del Paraguay, mendigando en la plaza de su pueblo. Sabe Jauretche que se está dirigiendo a un lector que si pertenece al mundo de los “otros”. A ese vasto mundo de la genéricamente denominada clase media argentina, pasible de múltiples sectorizaciones a partir de lo económico, pero bastante homogénea desde lo cultural. Y sabe que en estos nuevos “hijos de empleados y maestras” encontrará una receptividad y una mirada cómplice construida al calor de su lucha en particular y de la del revisionismo en general durante los últimos años. Sabe que el lector de Pantalones Cortos, al revés que él, que desde un punto de vista cultural entró a este mundo “mal pisao”, como casi todos mis contemporáneos medio “leídos[15]”, está advertido acerca de lo que llamó “colonización pedagógica”, término bajo el que engloba los instrumentos que utilizó el liberalismo hegemónico del modelo agro exportador para construir un país europeizado y colonial, conveniente a ese modelo. Esa superestructura cultural de carácter antinacional se apoya tanto en el sistema escolar como en la falsificación del pasado. Así el primero planteaba una dicotomía: “La escuela no continuaba la vida sino que abría un paréntesis diario. La empiria del niño, su conocimiento vital recogido en el hogar y en su contorno, todo eso era aporte despreciable. La escuela daba la imagen de lo científico, todo lo empírico no lo era y no podía ser aceptado por ella…La escuela nos enseñó una botánica y una zoología técnica con criptógamas y fanerógamas, vertebrados e invertebrados, pero nada nos dijo de la botánica y la zoología que teníamos por delante. Sabíamos del ornitorrinco por la escuela y del baobab por Salgari, pero nada de baguales, ni de vacunos guampudos e ignorábamos el chañar, que fue la primera designación del pueblo hasta que le pusieron el nombre suficientemente culto de Lincoln…Nunca se nos habló de la laguna del Chancho, donde íbamos a bañarnos y a pescar en nuestras rabonas, como tampoco de la laguna de Gómez o Mar Chiquita, más cerca de Junín, que nunca supimos que se llamó Federación.” Esas omisiones no son gratuitas y forman parte de “la falsificación de la historia”. “El pueblo había sido treinta años antes territorio ranquelino, pero la escuela ignoraba oficialmente a los ranqueles. Debo a Búfalo Hill y a las primeras películas de cowboys mi primera noticia de los indios norteamericanos. Esos eran indios y no esos ranqueles indignos de la enseñanza normalista.”. Juaretche explica esa operación señalando que la incomprensión de lo preexistente al modelo liberal que se intenta imponer, termina entendiéndose como hecho anticultural, dando por resultado que todo hecho propio, por serlo es bárbaro, y todo hecho importado, por serlo era civilizado. Civilizar consistió entonces para el liberalismo, en desnacionalizar. Y una herramienta válida para lograr esto consistió en la divulgación, ajena a toda tradición oral de una “historia con héroes de cerería actuando en batallas sin barro, polvo, ni sangre…¿Es que ningún héroe argentino ha tenido dolores de muela, ni se ha calentado con una china, ni ha jugado una onza a una carta?... La historia extranjera terminaba por gustarnos más que la nacional porque esta última había sido escrita “para el Delfín” y partiendo del supuesto que el Delfín era un idiota. Seguro de encontrar en su lector la misma comunión nacional y popular, Jauretche expresa taxativamente esa certeza en las páginas finales del libro, al opinar que las nuevas generaciones”se han liberado de la enseñanza de la historia falsificada. Porque aunque muchos profesores y los programas escolares persistan, el maestro se encuentra ante la imposibilidad de repetirla frente a la indiferencia burlona con que los niños y jovencitos afrontan la “Educación Democrática”.[16] Mérito no menor del revisionismo el de haber logrado la caída de las anteojeras ideológicas de los sectores medios. Atrás parecen haber quedado los exponentes de la Línea Mayo-Caseros - Revolución Libertadora. Las nuevas camadas universitarias parecen estar inmunizadas de “fubismo”, liberadas las aulas y claustros de la maraña liberal conocida como “Flor de Romero”. La unión de los trabajadores, las clases medias y la burguesía nacional, tras un proyecto común de liberación, alianza por la que Jauretche viene abogando desde los tiempos de la derrota de 1955, parece estar cerca a principios de este 1973 en que Pantalones Cortos se vende como pan caliente. Se avizora en ese otoño que el mismo puede trasmutarse en primavera. Sin embargo… Tras cartón está la muerte
En el epílogo de Pantalones Cortos anuncia su continuación en dos libros más. El primero abarcará su biografía entre 1914 y 1943, llevando por título Verde, pintón y maduro y el otro, Los altos años, desde esa última fecha hasta “donde le dé el cuero”. Comienza a esbozar borradores. En Mayo de 1973 el triunfo del Frejuli lleva a este viejo militante de la causa popular a ocupar la dirección de EUDEBA, la Editorial de la Universidad de Buenos Aires. Puiggros asume el rectorado y Taiana la titularidad de la cartera de Educación. Elabora planes de largo alcance, tales como la edición de manuales y textos primarios y secundarios a bajo costo, para arrebatarles el monopolio editorial a Estrada y Kapelusz. Pero esto sobrepasa las posibilidades de la endeudada EUDEBA. A lo cual se suma la creciente derechización del gobierno peronista. Jauretche, con 72 años a cuestas, obeso, diabético e impertérrito fumador, ve día a día debilitarse su salud. Ideológicamente, opera simétricamente opuesto al corrimiento a la derecha del gobierno del FREJULI. Se acerca cada vez más a la llamada Tendencia Revolucionaria. Influye sobre su espíritu su sobrino Ernesto, militante destacado de ese sector radicalizado del peronismo. Finalmente en la madrugada del 25 de Mayo de 1974, a un año exacto de la alborada de esperanza que se ensombreció rápidamente, el viejo luchador abandona el combate. No creemos que el destino de un Jauretche superviviente lo hubiera hecho seguir el desdibujado camino del otro gran referente del revisionismo, en este caso de la Izquierda Nacional , Jorge Abelardo Ramos, que en su pertinaz búsqueda de “la burguesía nacional progresista”, o de algún remedo militar de aquella, terminó proponiendo un total seguidismo de corrientes burguesas reaccionarias, ya con el dictador Galtieri, ya con el presidente Menem. Aunque meramente conjetural, vista en retrospectiva la muerte por causas naturales de Arturo Martín Jauretche, le ahorró un crimen a la triple A o a los grupos de tareas de la dictadura militar.
Fernando Cesaretti Florencia Pagni Grupo Efefe
BIBLIOGRAFIA. CAMPIONE, Daniel. 2002. Argentina: la escritura de su historia. Bs. As. : Prometeo GALASSO, Norberto.1983. Las polémicas de Jauretche. Bs. As.: Los Nacionales _______. 1985. Jauretche y su Epoca. De Yrigoyen a Perón. Bs.As.: Peña Lillo. _______. 2000. Jauretche. Biografía de un argentino. Rosario: Homo Sapiens. JAURETCHE, Arturo.1974. Política Nacional y Revisionismo Histórico. Bs. As.: Peña Lillo. _______. 1974. Manual de Zonceras Argentinas. Bs. As.: Peña Lillo. _______. 1975. Los profetas del odio y la yapa (la colonización pedagógica). Bs. As.: Peña Lillo. _______.1984. De Memoria. Pantalones Cortos. Bs. As.: Peña Lillo. SARLO, Beatriz. 2001. La batalla de las ideas. 1943-1973. Bs. As.: Ariel.
[1] Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario.[2] Habrá una tercera edición de la que no tenemos mayores datos, y en Octubre de 1984 se editará una cuarta, que es la utilizada para este trabajo.[3] Luego le añadirá “ la Yapa ”, esto es el análisis sobre la colonización pedagógica.[4] Jauretche opinaba que Ezequiel Martínez Estrada había degradado de radiógrafo pampeano a fotógrafo de barrio.[5] Términos tales como “fubista” o “Flor de Romero”, serán feliz creación de Jauretche para referirse a la ceguera ideológica y a la postura antipopular del estudiantado agrupado en la Federación Universitaria de Buenos Aires, o al entorno intelectual del interventor delegado por la Revolución Libertadora en la U.B .A., José Luis Romero.[6] “-Perón, ¡es el hombre ideal para que yo lo maneje!”, expresó Jauretche en 1944 a sus compañeros de FORJA, tras entrevistarse con el Secretario de Trabajo y Previsión. Ciertamente, el entonces coronel, resultó muy poco "manejable”.[7] Varios candidatos peronistas se presentaron a esa elección. Sin embargo la bendición de Perón fue para un antiguo antiperonista, Raúl Damonte Taborda, que en los años 30 fuera considerado irónicamente “diputado por la China ” (por la China Botana , su esposa, hija del magnate periodístico Natalio Botana). La elección la ganó un arquetipo de la intelligentsia, el socialista Alfredo Palacios, a quién Jauretche definiera como “figurón” y cabal representante del batallón de “animémonos y vayan.”[8] Su corbata de lazo pasa a ser un “icono jautcheano”[9] Jauretche tendrá amores y odios que mediarán su relación con alguno de éstos. Así, pese a las diferencias respetará, y lo hará público, a Ernesto Sábato y Victoria Ocampo. En cambio, una mezcla de odio y desprecio, lo llevará a calificar a Jorge Luis Borges: “-en la ciudad al tipo de hombre como Borges cuando adolescente le dan libros, en el campo en cambio, de puro brutos que somos, les atamos las manos”. A otros los ridiculizará y subestimará intelectualmente, tal el caso de Beatriz Guido a quien le dedica un capítulo de El Medio Pelo en la Sociedad Argentina. [10] El de 1955. Lamentablemente hay una tradición golpista que desde 1930 hace de Setiembre un mes paradigmático al respecto.[11] “- No me traiga problemas, aquí somos todos urquicistas”, dicen que le dijo Eva Duarte al diputado Eduardo Colom cuando este le pidió apoyo para organizar un homenaje a la figura del Restaurador.[12] Reiteradamente Jauretche insiste que reivindicar a los caudillos del Interior de debe implicar una subestimación de la figura de Rosas.[13] Cuyo referente indiscutido es Jorge Abelardo Ramos.[14] Un cuarto de siglo después esto resulta imposible. La visión de la clase media acerca de Rosas se acomoda mejor a una novela histórica como “El Farmer” de Andrés Rivera. Tras una visión primaria de la misma, donde una excelente prosa de alto contenido erótico subyuga al lector, el verdadero éxito de este libro está en haber aplicado la misma axiología propugnada por el revisionismo de los 60, pero en sentido negativo: Rosas es Perón (o el peronismo, o el menemismo) a partir de representar ambos el lado oscuro de la dicotomía sarmientina. Este fenómeno va de la mano con el de la revalorización de la figura de Sarmiento por, entre otros, los gremios docentes, típicos clivajes de clase media baja.[15] “mal pisáo”, “léido”… A.J. tuvo una propensión a salpicar su prosa con términos con sabor criollo. Recordemos que su primer obra, “El Paso de los Libres”, está construido literariamente en forma de poema gauchesco.[16] Como una rémora, hasta 1973 un texto de un ignoto profesor Alexandre de la Materia de 2do año Educación Democrática, tenía un capitulo llamado textualmente “ La Segunda Tiranía ”.

1 comentario:

QazpaQuizas dijo...

Hola,soy un militante revolucionario que tiene dudas con respecto a la Frase "Le ahorro un crimen a la Triple AAA". ¿Que es lo que queres decir exactamente? Con mucha cortesía Marcos Enrique (escritor desempleado). Mi correo es Glogosito@gmail.com